Constituyendo el resultado del enfrentamiento entre las dos naciones más poderosas del Mediterráneo, la Hispania Romana conformó un periodo de siete siglos, el cual marcó un gran cambio en las costumbres y tradiciones ibéricas.
Cómo surgió la Hispania Romana.
Hacia finales del siglo III A.C., la Península Ibérica fue el escenario del enfrentamiento entre Roma y Cartago, por la hegemonía de estas tierras, de esta manera, cuando el cartaginés Aníbal tomó la ciudad de Sagunto, una aliada de Roma, comenzó la II Guerra Púnica, que resultando victoriosa para los romanos, dio inicio al dominio del territorio peninsular.
Así, la conquista de la Península Ibérica se realizó en varias etapas hasta culminar en la formación de la Hispania Romana.
Al respecto, la primera etapa se inició con la represalia romana ante los ataques de las tropas cartaginenses, entre los años 218 y 197 A.C., tomando importantes puntos peninsulares ubicados en el este y el sur, logrando el dominio de la costa mediterránea.
Posteriormente, la conquista se extendió hacia los valles del Ebro y Guadalquivir, asimismo, iniciaron el combate contra las guerrillas lusitanas comandadas por el líder Viriato, y la férrea resistencia celtíbera. No obstante, el miliar romano Tiberio Sempronio Graco, conquistó varias ciudades centrales mediante algunos pactos y alianzas con poblaciones rivales de Celtiberia.
De este modo, el ejército romano rodeo a la ciudad de Numancia, cortando todo su contacto con el exterior, y tras ocho meses de resistencia, pasó a integrar el territorio de la Hispania Romana.
Finalmente, algunas luchas internas de Roma, como el enfrentamiento entre Pompeyo y Julio César, generaron una guerra civil, sin embargo, ello aceleró la instauración de la Hispania Romana, justamente, cuando el emperador Augusto terminó por dominar a los galaicos, astures, cántabros y vascones.
Cuáles fueron las consecuencias del dominio romano en la Península Ibérica.
Siendo la civilización romana mucho más preparada que las culturas peninsulares, el estilo de vida del Imperio se impuso con mucho rigor en las costumbres, la religión, y en las leyes de estos pueblos.
Al respecto, en la Hispania Romana se crearon infraestructuras que mejoraron las comunicaciones, el servicio público y la recreación de los ciudadanos, instaurando una identidad perfecta y rápida de los ibéricos hacia las tradiciones itálicas.
Organización político-administrativa de la Hispania Romana.
Inicialmente, las riberas costeras de la Península Ibérica, dominadas por la cultura romana, se dividieron en dos provincias administrativas, bajo el mando de unos magistrados llamados pretores, los cuales actuaban en nombre del Imperio, de esta manera, el territorio abarcaba las siguientes regiones:
Citerior: siendo la provincia más cercana a Roma, cuya capital era Tarraco, se extendía por la franja mediterránea oriental, desde los Pirineos hasta Cartagena.
Ulterior: comprendiendo el valle de Guadalquivir, posteriormente incluiría la región occidental de la península y la costa sur de Andalucía.
Más tarde, tras la conquista de la mayor parte de la Hispania Romana, el emperador Octavio César Augusto, fraccionó nuevamente el territorio en tres provincias, así:
Tarraconense: correspondía a la anterior región Citerior, pero prolongada hacia el noreste, es decir, comprendía desde Galicia hasta el Duero, con capital en Tarraco.
Baetica: era una subdivisión de la Ulterior, la cual cubría gran parte del actual territorio de Andalucía y una porción de Extremadura, con capital en la ciudad de Colonia Patricia Corduba, en el sur peninsular.
Lusitania: ubicándose al oeste de la Hispania Romana, llegó a formar parte de la región Ulterior, circunscribiendo las actuales tierras de Portugal y las localidades españolas de Extremadura, Salamanca y Zamora, con capital en la ciudad de Augusta Emerita.
Luego, tras una nueva división de la región Tarraconense, durante el mandato de Marco Aurelio Severo Antonino Augusto, mejor conocido como Caracalla, se formó la Gallaecia, situada en el extremo noroeste peninsular.
Previamente a la caída del Imperio, el emperador Diocleciano convencido que era imposible seguir manteniendo la estructura de Roma, creó una nueva división territorial en la que aparecieron unas entidades supra provinciales denominadas diócesis.
Así, la Hispania Romana quedó integrada adicionalmente por Carthaginensis (Cartago), Balearica (Islas Baleares) y Mauritania Tingitana (África).
Las obras de arte en la Hispania Romana.
Adicional a las nuevas costumbres y tradiciones, la Hispania Romana también se vio envuelta en un fascinante cúmulo de obras de arte, que de una u otra forma, marcaban la presencia y el poderío del Imperio, de esta manera, entre algunas de las más destacadas se encuentran el Acueducto de Segovia, la Basílica de Baelo Claudia o el Teatro de Cartagena.
Además, para facilitar la comunicación toda la Hispania Romana, se construyeron extensos senderos como la Vía Augusta desde Pirineos hasta Cádiz, o la Vía de la Plata desde Mérida hasta Astorga, también, puentes como el de Mérida, Córdoba o Luco de Jiloca.
Tampoco, en la Hispania Romana se olvidó la diversión, ejemplos de ello fueron los anfiteatros de Tarraco y de Mérida
Ante la inmensa infraestructura de la Hispania Romana, se conserva un legado que trascendió lo arquitectónico, dando pie a otra de las grandes culturas del planeta: la española.
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